18 de Agosto: El fusilamiento de Camila y Ladislao

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Hasta que la muerte no nos separe

El 18 de agosto de 1848 eran fusilados Camila O’Gorman  y el cura tucumano Ladislao Gutiérrez. La tragedia de amor más famosa de la Argentina.

En el año 1984, la cineasta María Luisa Bemberg, inmortalizó para el cine una historia de amor que terminó en tragedia: “Camila”.

Y se trata de una historia que habló todo el país porque se convirtió en una cuestión de estado. Es que los protagonistas eran dos jóvenes cuyas familias estaban íntimamente ligadas al rosismo que enarbolaba la moral como estandarte.

Camila O´Gorman, la protagonista, era una joven de la alta sociedad de Buenos Aires. Su familia de ascendencia europea, de abuelo irlandés y de abuela francesa, bastante conocidos, amigos de Rosas y el protagonista, un joven sacerdote tucumano, Ladislao Gutiérrez, sobrino del propio gobernador de la provincia del norte, Celedonio Gutierrez.

Quizás ni ellos sepan cuando se enamoraron, quizás sea con el transcurso de los días, de las charlas, de los tiempos de confesiones, fue cuando descubrieron que ambos querían otra cosa de la que eran. Ella no quería casarse con otro que no sea él. Pero él no podía. Era cura y cualquier otra situación distinta, no sería tolerable, para la sociedad, ni menos para el gobierno moralista del momento. Como si esto fuera poco, Camila era amiga de la hija de Juan Manuel de Rosas.

Las presiones y las pasiones internas, no pudieron más y en la tarde del 12 de diciembre de 1847, se fugaron. Sus planes eran irse de Buenos Aires al Litoral y de allí a Brasil.  Al tomar estado público la noticia, que corrió como reguero de pólvora,  se convirtió en el trasto perfecto para atacar al gobierno rosista. En el país y en el exterior, los detractores de Juan Manuel de Rosas hacían sopa de letras con este escándalo.

En el diario «El Comercio del Plata»,  Valentín Alsina exigía una ejemplar justicia: «¿Hay en la tierra castigo bastante severo para el hombre que así procede con una mujer cuya deshonra no puede reparar, casándose con ella?».

Debido a los inconvenientes que surgieron durante la fuga  por falta de dinero, los jóvenes decidieron quedarse un tiempo en Goya con identidades falsas: él como Máximo Brandier y ella como Valentina Desan. Dijeron que llegaron de Jujuy y que se dedicaban al comercio.  En esa alquería, Máximo y Valentina se dedicaron a la enseñanza y fundaron la primera escuela de la localidad en una de las casas donde se refugiaban. Les fue tan bien, que pronto alquilaron una casa más grande.  Pero en la confianza está el peligro y eso les conspiró en contra. La pareja de maestros se había convertido en “protagonistas” del pueblo.

En el mes de junio de 1848 fueron invitados al cumpleaños del juez de paz Esteban Perichon. Entre los invitados se encontraba el sacerdote irlandés Miguel Gannon, que ya venía sospechando de la pareja y buscaba el momento para denunciarlos. Así a la mañana siguiente  informó ante las autoridades del lugar el pedido de captura que tenían los maestros. La pareja respondió un interrogatorio ante el juez de paz y admitieron que eran ciertas las acusaciones, pero no se mostraron arrepentidos. El  gobernador Virasoro, de Corrientes, 19 de junio dio la orden que los reos debían ser engrillados y regresados a Buenos Aires. El 7 de julio llegaron a Rosario y desde el campamento del Saladillo, viajaron en carretas separadas hacia las cercanías de San Nicolás de los Arroyos. En alguna de las paradas del viaje, Camila le escribe a su amiga Manuelita, hija de Rosas, con la idea de que interceda ante su padre y tuviera piedad en el momento de decidir el castigo para ellos.  La hija de Rosas le respondió el 9 de agosto: “Querida Camila: Lorenzo de Torrecillas os impondrá fielmente de cuanto en vuestro favor he suplicado a mi Sr. Dn. Juan Manuel de Rosas. (…) Recibe uno y mil besos de vuestra afectísima y cariñosa amiga, Manuela Rosas y Ezcurra”. Tristemente esta carta nunca la recibió Camila.

Cuando aún falta un tramo para llegar a Buenos Aires, las carretas entraron en la prisión de Santos Lugares, actual localidad de San Andrés, en donde la pareja fue instalada en calabozos separados  y así pasarán los últimos tres días de sus vidas.

En la celda, Camila se sintió descompuesta y enferma, por lo que fue atendida por un médico. El comandante de la prisión, Antonino Reyes, envió los documentos con el caso al gobernador, donde le informa del embarazo de Camila.

Rosas fue terminante: respondió que llamaran a un cura para que les otorgue auxilios espirituales a los condenados, que debían ser fusilados a las 10 en punto de la mañana del 18 de agosto.

Cuando Camila conoció su sentencia permaneció tranquila y sólo pidió un confesor. Ladislao le había preguntado a Reyes cuál sería el castigo para su amada: “Prepárese para oír lo más terrible, Camila va a morir también”.

Inmediatamente, Ladislao le escribió un mensaje: “Camila mía: acabo de enterarme que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el Cielo ante Dios. Te perdona… Y te abraza, tu Gutiérrez”.

Cuando Reyes le acercó el mensaje, encontró a Camila confesándose. El hijo que llevaba en su vientre fue bautizado; Camila bebió agua bendita y, para completar el ritual el presbítero, Castellanos derramó cenizas sobre su cabeza.

La chica porteña, de familia federal que usó en su pelo largo la divisa punzó, y el cura tucumano sobrino del gobernador federal,  fueron llevados al paredón de fusilamiento. Puntualmente, a la hora señalada por el Jefe de la Confederación Argentina fueron ejecutados.

Camila y Ladislao se amaron más allá de los dogmas de la religión, de las ideas políticas, de la moral de la época y de las leyes terrenas.

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