2011 De la Rúa. El principio del fin

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    El miércoles 19 de diciembre a las siete de la tarde, el presidente Fernando de la Rúa había declarado el estado de sitio por 30 días. Se prohibía el derecho de reunión y la libertad de circulación en determinadas horas. Pocas horas después, a la 1:15 de la madrugada, miles de personas se habían concentrado en la residencia de Olivos. Por lo menos treinta estaban sentadas en el perímetro del muro. Tenían media cara tapada con remeras y estaban en cuero. Bastaba que saltaran para que ingresaran a la residencia de Olivos. El vicealmirante Carlos Carbone, jefe de la Casa Militar, volvió a mirarlas por las pantallas instaladas en la pequeña parroquia de la residencia. Llevaba dos días en su cargo y sintió que el Presidente estaba en riesgo. La policía bonaerense no estaba en la calle. Se había retirado. No intervenía. De la Rúa estaba en su dormitorio. Probablemente dormía. O no. Nadie lo sabía. Había poca gente en la planta baja de la residencia.

    Algunos ministros y diputados radicales estaban en el hotel Elevage negociando con el peronismo. De la Rúa, esa tarde, había aceptado incorporar a dirigentes del PJ para un gobierno de «unidad». Era la carta más firme para mantener la estabilidad institucional. Incluso, entre la agenda de propuestas, se había pensado en dividir el Ministerio de Economía y crear un Ministerio de la Producción. Quedaron en continuar las conversaciones al día siguiente.

    El ministro de Economía Domingo Cavallo ya había renunciado. Hacía gestiones con Carlos Becerra, jefe de la SIDE, para irse del país. Quería conseguir un avión. Mil personas se habían congregado en la puerta de su edificio de Avenida del Libertador y Ortiz de Ocampo. Estaba preso en su propia casa.

    No era el único punto de convocatoria. En todos los barrios de la Capital Federal se habían cortado calles y resonaban las cacerolas. Incluso frente a la Plaza Congreso y Plaza de Mayo. Esa madrugada del 20 de diciembre, Carbone abandonó los monitores y fue hacia la residencia. Los muchachos seguían sentados en el muro. Si saltaban, otros manifestantes podrían imitarlos. Carbone encontró al ministro de Turismo de la Alianza, Hernán Lombardi, en la galería de la residencia. Le pidió que lo acompañara a la parroquia; le mostró la amenaza. Los muchachos seguían arriba del muro. Carbone le pidió trasladar al Presidente a Campo de Mayo, pero Lombardi le dijo que no. Carbone ordenó a los suyos que sacaran las ametralladoras pesadas y las dispusieran en el parque apuntando hacia el muro. Un subordinado, con un megáfono, comenzó a pedir que bajaran. Fueron tres horas de máxima tensión. Antes de las cinco de la madrugada, Carbone percibió que la situación ya estaba controlada. La manifestación se había desactivado y no había nadie en el muro.

    Una hora después, alrededor de las seis de la mañana, en su último día de gobierno, apareció De la Rúa en el hall de la planta baja de la residencia. Ya no se veían las ametralladoras pesadas en el parque. Tomó los diarios. El país se incendiaba.

    La tasa de desocupación llegaba al 18,3%. Había 2.532.000 personas sin trabajo. Cuando asumió había 1.833.000 desempleados. Es decir, había 700 mil más que cuando asumió el poder. Su gobierno había producido casi mil desocupados por día según datos del INDEC. Una semana antes, el 13 de diciembre, el sindicalismo había realizado el séptimo paro nacional. El gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires Carlos Ruckauf ofrecía pagar los salarios de la administración pública en «Patacón». La convertibilidad, después de diez años, se resquebrajaba.

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