El fusilamiento de Liniers

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    El ex virrey, que fue aclamado en Buenos Aires cuando  encabezó la reconquista dela ciudad que había caído en manos de los ingleses y luego organizó la defensa en 1806 y 1807, era fusilado por no adherir a la Revolución de Mayo. Los mismos que lo ayudaron y acompañaron en aquellas históricas jornadas, terminaron siendo sus verdugos.

    El 26 de agosto de 1810, en el paraje conocido como Cabeza de Tigre, en el sur cordobés, era fusilado Santiago de Liniers. Sus verdugos eran los revolucionarios que tres años antes, habían luchado bajo su mando, cuando los ingleses invadieron Buenos Aires.

    Todos los hechos se suscitaron debido a que Liniers, que se encontraba en Córdoba, cuando llegó la noticia de los movimientos revolucionarios de mayo, decidió organizar un ejército para partir nuevamente a Buenos Aires y así recuperar el virreinato para la corona española. Para Liniers, no era una opción que un gobierno de criollos tome el poder del gobierno que en su entender debía seguir siendo una colonia. Este hecho, políticamente suscitaba un gran peso político para el nuevo gobierno, ya que el francés era muy respetado y querido por gran parte de la sociedad porteña. Así fue que llegada la noticia de la sublevación de Liniers y de las máximas autoridades del cabildo de Córdoba, se decidió que estos debían ser capturados y fusilados lejos de la capital de la metrópoli.

    Las tropas de Buenos Aires avanzaron y no dieron tiempo a que los rebeldes se organizaron. Todos huyeron de la capital cordobesa, pero a los pocos días, por información de los propios lugareños, pudieron dar con el paradero de Liniers, del gobernador de Córdoba Juan Gutiérrez de la Concha, el coronel de milicias Santiago de Allende, el asesor Victorino Rodríguez, el ministro de la Real Hacienda, Joaquín Moreno.

    El 28 de julio, la Primera Junta firmó la sentencia de muerte de los complotados. El único que se abstuvo fue Manuel Alberti, por su condición de clérigo. El documento establecía: «En el momento en que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fuesen las circunstancias, se ejecutará esta resolución, sin dar lugar a minutos que proporcionaren ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y el honor de V.E.».

    Los rebeldes fueron capturados en la Estancia Las Piedritas, en Santiago del Estero, mientras descansaba en un rancho. El militar que comandaba la expedición, Ortiz de Ocampo,  y que había sido compañero de armas de las invasiones inglesas, no se animó a cumplir semejante orden y así emprendieron viaje hacia Buenos Aires.

    Cuando la noticia llegó a Buenos Aires, Mariano Moreno estalló. Sabía que fusilar a Liniers en la ciudad de Buenos Aires tendría un impacto mucho más grande que el que ya de por sí causaría. Entonces, encomendó a Juan José Castelli, quien, junto a Nicolás Rodríguez Peña y a Domingo French, fuera al encuentro de los prisioneros para fusilarlos en el lugar donde se los encontrase. El implacable secretario Castelli escribió: «Si todavía no se cumpliese la determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución; y por último iré yo mismo si fuese necesario».

    El domingo 26 de agosto, Castelli y los 50 húsares que comendaba llegaron al paraje Cabeza de Tigre, en el sur cordobés, se encontraron con Liniers, y quienes lo acompañaban. A ellos se les comunicó que tenían cuatro horas para prepararse, antes de ser arcabuceados. El que se salvó a último momento fue Antonio Orellana, por su condición de religioso. A todos se les quitó el cuchillo que llevaban y les ataron las manos por la espalda.

    A las 14.30 horas los condenados fueron conducidos a un lugar conocido como el monte de los Papagayos. Juan José Castelli leyó la sentencia de muerte. Liniers fue el único que se negó a que le vendasen los ojos. A unos cuatro pasos, un pelotón que un escrito anónimo asegura que estaba formado por soldados ingleses desertores, disparó sobre los condenados.

    Liniers quedó vivo y  Domingo French, a quien el propio francés había ascendido por su desempeño durante la reconquista de Buenos Aires, fue el que tomó la decisión de  efectuarle el tiro de gracia en la sien.

    Cincuenta años después, las tumbas fueron descubiertas por casualidad. En 1861, durante la presidencia de Santiago Derqui, la reina de España, Isabel II, reclamó los restos de Liniers. De esta manera, las cenizas de Santiago de Liniers y de los otros ejecutados fueron depositadas en el Panteón de los Marinos Ilustres de San Carlos, cercano a Cádiz.

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