Segunda Invasión Inglesa

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El 5 de julio de 1807, los británicos atacaron Buenos Aires por segunda vez, pero fueron recibidos por un pueblo organizado que no los dejó tomar la ciudad. Santiago de Liniers se convirtió en el héroe  de la defensa

Después de ocurrida la primera Invasión Inglesa de 1806, los británicos no abandonaron el Río de la Plata, sino que se acantonaron en Montevideo para reorganizarse y regresar a Buenos Aires. Los primeros días de julio, llegaron a las costas del Rio de la Plata, a solo tres km de la ciudad. Santiago de Liniers tomó el mando de las tropas y enfrentó a los ingleses en Miserere, cortándoles el paso, pero no terminando con ellos, debido a la superioridad de los invasores. Estos se reorganizaron los días subsiguientes y rodearon la ciudad.

En la mañana del 5 de julio, la totalidad del ejército británico volvió a reunirse en Miserere. Confiado de la supremacía de su ejército, el jefe,  John Whitelocke, dio la orden de ingresar a la ciudad en 12 columnas, que se dirigirían separadamente hacia el fuerte y Retiro por distintas calles. Los invasores llevaban orden de no disparar sus armas hasta llegar a la Plaza de la Victoria.

Sin embargo, los invasores se enfrentaban a una Buenos Aires muy diferente a la que se había rendido ante Beresford. Según cuenta la tradición popular, los vecinos arrojaron piedras y agua hirviendo sobre las cabezas de los invasores. Lo cierto es que Liniers y Álzaga habían logrado reunir un ejército de 9000 milicianos, apostados en distintos puntos de la ciudad. El avance de las columnas se vio severamente entorpecido por las defensas montadas, el fuego permanente desde el interior de las casas y desinteligencias y malentendidos entre los comandantes británicos. Whitelocke vio como sus hombres eran embestidos en cada esquina. Mediante la lucha callejera, los vecinos de Buenos Aires superaron la disciplina de las tropas británicas. Tras una encarnizada lucha, Whitelocke perdió más de la mitad de sus hombres entre bajas y prisioneros.

Cuando la mayoría de las columnas habían caído, Liniers exigió la rendición. Craufurd, atrincherado en la iglesia de Santo Domingo, rechazó la oferta y la lucha se extendió hasta pasadas las tres de la tarde. Whitelocke recibió las condiciones de la capitulación hacia las seis de la tarde ese mismo día. El jefe inglés pidió una tregua hasta que dos días después respondió. Entre las ordenes de rendición no solo figuraba el hecho de abandonar Buenos Aires, sino también dejar liberada Montevideo, hecho que ocurrió en setiembre de ese año

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