2001: Renuncia Fernando De La Rúa

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    El 3 de diciembre de 2001 el gobierno anuncio el “corralito” decisión que limitaba la libre disposición de dinero en efectivo de cuentas corrientes, cajas de ahorros y plazos fijos. El límite eran 250 pesos semanales. Ese hecho fue la gota que rebasó el vaso. La sociedad le bajó el pulgar al gobierno de la Alianza.

    Primero comenzaron las manifestaciones callejeras, luego se iniciaron los saqueos a negocios en Mendoza, luego en el Gran Buenos Aires, como dicen los radicales, apantallados por el peronismo. El gobernador bonaerense Carlos Ruckauf en la intimidad opinaba que su territorio era “un polvorín”, pero su Secretario General de la Gobernación, Esteban Caselli, apuntaba la responsabilidad de los saqueos al aparato político del peronismo. Que es lo mismo que decir Eduardo Duhalde.

    Primero fueron algunos conatos callejeros que amenazaban con llegar hasta el centro porteño, luego el 19 de diciembre apareció el tsunami en la Plaza de Mayo, en donde se produjeron graves enfrentamientos que llegaron hasta la avenida 9 de julio. La Policía Federal intentó parar la marea del malhumor en la que se mezclaban peronistas, troskos, radicales enojados e independientes. El “que se vayan todos” era una consigna y todo aquel conocido en los medios corría el peligro de pasar un mal momento. La furia era tan grande que a Moisés Ikonicoff, un ex funcionario de Menem, casi lo linchan. Tras las cargas de la Montada y el irracional rocío de gases lacrimógenos aparecieron las primeras víctimas fatales.

    En esas horas Raúl Alfonsín, Carlos Maestro (jefe del bloque de senadores radicales) y una colega de Río Negro fueron a conversar con el Presidente. Cuando se abrieron las puertas de su despacho observaron que De la Rúa los recibía con Cavallo a su lado. Maestro relató que venían a pedir la cabeza del Ministro de Economía y que “diera un golpe de timón”.

    Esa tarde el Presidente declaró el Estado de Sitio con el consentimiento silencioso del propio peronismo pero la gente igual avanzo sobre la Plaza de Mayo haciendo golpear sus cacerolas. Todavía resonaban las palabras de Duhalde a una radio: “O el presidente cambia o habrá que cambiar al presidente”.

    Al día siguiente, jueves 20 de diciembre, tras una reunión de legisladores radicales, Maestro, acompañado por el diputado catamarqueño Horacio Parnasetti, volvió a ver a De la Rúa. Ese día, a las 05 de la mañana, había renunciado Domingo Cavallo, cansado de las presiones, las críticas y a una muchedumbre que lo insultaba frente a su casa.

    Maestro le ofrece hacer una gestión para incorporar a un peronista al gabinete. Era una alternativa que el Presidente había rechazado meses antes. Lo fue a ver al senador Ramón Puerta, quien lo atendió fríamente. Luego de escuchar, opinó: «Creo que no podemos hacer nada”. Y dio por terminada la entrevista porque debía viajar a San Luis. Más tarde el senador radical recibió al jefe de la Gendarmería quien le comentó que su tropa estaba “agotada” de contener a la gente y que a la noche se producirían saqueos. Inmediatamente, después, lo llamó a De la Rúa y le relató que se habían producido muertos y se quemaban autos en la 9 de Julio. El Presidente ignoraba los alcances de los enfrentamientos y le preguntó: “¿Qué podemos hacer?”

    María Romilda Servini de Cubría, con los ojos enrojecidos por los gases lacrimógenos. Ordenó detener la represión pero la respuesta fue negativa y la excusa para desobeder a la jueza era el Estado de Sitio. Impotente, la magistrada miró el desolador panorama de la Plaza de Mayo esa trágica mañana del 20 de diciembre de 2001. A caballo, armados con pistolas lanzagases, escopetas con balas de goma y armas de todo calibre, los policías intentaban una y otra vez desalojar a los manifestantes que, sin distinción de banderías políticas, se había congregado desde la noche anterior para decirle basta al gobierno de Fernando de la Rúa. Había ancianos, hombres, mujeres y chicos.

    El gobierno no tenía autoridad, el presidente parecía una caricatura, la desocupación superaba el 20 por ciento, la deuda externa había crecido a nivel exponencial, los bancos retenían los ahorros de la gente mientras los especuladores no habían encontrado obstáculos para llevarse su dinero al exterior. El país estaba en llamas y la sociedad argentina estalló. Aplastado por una realidad que hacía tiempo se le había escapado de las manos, Fernando de la Rúa renunció.

    Fuente: Infobae

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